¡La patria está en peligro!
Clama Melchor Ocampo
Eduardo
Garibay Mares
Junio 4
de 2015.
Melchor
Ocampo, abogado, filósofo, científico, reformista y político liberal, nació el 5
de enero de 1814 en la michoacana Hacienda de Pateo, y murió fusilado en Tepeji
del Río, del estado de Hidalgo, el 3 de junio de 1861. Prócer por quien la
entidad fue nombrada Michoacán de Ocampo y cuyo pensamiento perdura vigente,
como ocurre con lo expuesto en su discurso del 16 de septiembre de 1852, en
Morelia, cuando se manifestó en pro de la independencia de la persona, de la
familia, del gobierno, y de la nación.
“¡La patria está en peligro! Pero unidos lo
conjuraremos. Es hablando, no matándonos, como habremos de entendernos”,
advirtió al llamar en favor de la unión y expresar: “En nombre de nuestra
religión, de vuestras familias, de vuestra dignidad, de vuestros intereses
todos, os ruego que permanezcáis unidos ¡En nombre de todos nuestros recuerdos
y aspiraciones de honor y gloria!”.
Así
fue el apogeo de su proclama en memoria de la guerra por la Independencia de
México, iniciada en 1810 y consumada en 1821, respecto a la cual señaló que “si
continuamos en la senda fatal en que nuestras discordias nos han metido, se
acaba el gran bien de nuestra independencia”, la cual, heredada de los héroes
insurgentes, afirmó que no había sido cabal y debidamente aprovechada hasta el
momento.
“¿Debe increpárseles porque creyeron que
llegaríamos, nosotros sus hijos, nosotros su orgullo y esperanza a ser hombres
y cuerdos, mientras la conducta nuestra ni ha sido ni es sino la de niños
grandes o de insensatos?», cuestionó al señalar que tampoco se había
aprovechado «la lección última que el triunfo de los Estados Unidos sobre
nosotros debió darnos. Una vez idos nuestros vecinos ¿Qué pedía la prudencia?
Que los males reconocidos se remediaran, que los futuros se precavieran”.
Exhorto de Ocampo, guía
independentista de la persona y la nación
¡Señores!
Mientras la organización del hombre se conserve, como hoy nos la muestra su
naturaleza, habrá en la especie humana un gran número de individuos que estén
no necesaria, pero sí fatalmente sujetos a otros. Es naturalmente indeclinable
la dependencia y sujeción del débil al fuerte, del ignorante al sabio, del
desvalido al poderoso. Pero es socialmente posible la emancipación de todas
estas sujeciones.
La
higiene y la ortopedia pueden fortificar o corregir una organización débil y
anormal, o cuando menos la gimnástica puede enseñar al dependiente los
ejercicios de instrumentos y otros que compensen su natural debilidad. El
estudio sobre naturaleza, libros o procedimientos industriales, puede procurar
el grado de instrucción que cada uno necesite para desempeñar por sí solo su papel
en el mundo. El trabajo y la economía pueden dar a cada uno aquel grado de
riqueza esperada para satisfacer sus necesidades reales y fantásticas.
Hay
cierto grado y género de dependencia que nos degrada, y es aquel en que no
podemos vivir sin el auxilio ajeno: aquel en que ni nuestros negocios, ni el
uso de nuestras facultades, ni la subvención a las necesidades propias pueden
hacerse por nosotros solos. Somos incompletos, estamos truncos, no existimos
propiamente como individuos, siempre que nuestra razón, organismo o medios de
subsistencia no basten al desempeño de todas las funciones que la naturaleza y,
por lo mismo, la sociedad, que es nuestro estado natural, quiere que
desempeñemos. No, no hay individualismo siempre que haya de hacerse por dos, o
más, la función que debiera cumplir uno solo, porque la acción y su impulso o
resorte están divididos.
Las
naciones tampoco pueden serlo, ni aún merecen el nombre de tales, siempre que
para los altos destinos que les estén encomendados tengan que valerse del
auxilio o complemento de otras. Por el contrario, cuando un cierto número de
condiciones se ha cumplido, la dependencia deja de existir, y el individualismo
se establece en el justo grado que se necesita para la libertad: la
nacionalidad se proclama por unos y se reconoce por otros, porque la nación y
el hombre se han puesto en la senda de su relativa e indefinida perfección.
No
ha sido cordura desperdiciar los años y la riqueza pública en diversos ensayos
de gobierno y administración ¡Desgraciada República, prepárate para la que
acaso será la última de tus locuras! Subdividida la inteligencia casi en tantas
opiniones como hay cabezas que piensen. La inteligencia, primer poder del
hombre y de la sociedad, se halla como diluida en tantos pareceres diversos: no
hay por lo mismo opinión, no puede crearse un espíritu público, porque no hay
una fe uniforme. La fuerza dividida igualmente y desorganizada piensa resolver
por la desolación y el exterminio una cuestión que aún no se formula, un
problema cuyos datos aún no se completan por parte de los insurrectos. Los que
se pronuncian piden, pero ni saben qué, y si reclaman algo tan sólo es para que
los incautos crean que hay motivos para exigir con las armas. La riqueza
acumulada por el sudor e industria de particulares, desviada del tesoro común
la parte que a él debía entrar, por la inmoralidad e ineptitud de algunos, va
casi a consumirse en gastos no sólo improductivos, sino destructores y ruinosos
¡Qué
va a ser de ti pobre México, cuando están desquiciados los elementos de tu
poder e independencia, y cuando en el vértigo de las pasiones, tus mejores
hijos van a desgarrar tus entrañas! Cuando en nombre los unos de la libertad y
los otros del orden, como si ambas ideas no fueran compatibles, van a agotar
tus fuerzas para entregarte postrada a los pies de tu ambicioso y prepotente
vecino ¿Queréis ser independientes? ¡Aprended, trabajad, economizad! ¿Queréis
que México lo siga siendo? ¡Uníos!
Corolario
En
el marco conmemorativo de su muerte en este 2015, es vigente el llamado
unificador de Ocampo para conjurar peligros que amenazan la vida nacional,
proclamado el 16 de septiembre de 1852 por él en un día festivo, pero empañado,
como sucede cotidianamente ahora, por la inseguridad, la confrontación violenta
entre partidos políticos y grupos de poder, las deficiencias del sistema
educativo nacional, y la pobreza, hoy creciente y extrema: causas por las que
entonces también se migraba a los Estados Unidos en busca de mejores
condiciones de vida, aunque no en forma multitudinaria como en la actualidad.
Esto
es, un contexto de desunión y peligro nacional, casi tan grave como el que hoy
se vive, por el que, atribulado, Melchor Ocampo reconoció: “Yo no debí mirar el
lúgubre horizonte de nuestro porvenir en un día como éste, que debe ser de
júbilo, de congratulaciones y grata remembranza. Pero el espectro de la perdida
patria se ha presentado ante mis ojos y no he podido reprimir mi conmoción”.
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