No lo verás, Quijote, en toda tu
vida
Eduardo
Garibay Mares
6 de
Julio de 2015: XXIII Aniversario del periódico Cambio de Michoacán
El fin de las letras es poner su punto en la justicia distributiva, al
dar a cada uno lo que es suyo, y entender y hacer que las buenas leyes se
guarden. El fin de las armas es la paz, que es el mayor bien que los hombres
pueden desear. Miguel de Cervantes Saavedra.
Desde
el prólogo de la primera parte de su libro El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra
mostró su rebeldía contra las reglas del juego, establecidas por
correspondientes grupos de poder, cuando al reconocer que su obra carecía de lo
que sobradamente usaban en sus escritos los quién
es quién de su tiempo, y de todos los tiempos, la describió como “falta de
toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones al
fin del libro”, si se le comparaba con otras que no obstante ser profanas o
meras fábulas, estaban plenas “de sentencias de Aristóteles, de Platón y de
toda caterva de filósofos que admiran a los leyentes, y que tienen a sus
autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes”.
Porque
Cervantes no cayó en el fácil recurso de usar un libro de moda cuyo largo
catálogo enlistase a todos los autores, de la “a” a la “zeta”, para poner ese
abecedario en el propio, dado que además de no necesitarlo, tampoco pretendió,
como otros autores, dar así de improviso autoridad a su obra con dichos
sustentos, que en su libro faltaban. Cuestiones todas prevalecen hasta nuestros
días, en los distintos cotos de poder, y que en lo concerniente son causa de
que los investigadores sólo citen en sus publicaciones, o aludan de viva voz, a
los cuantos escogidos contemporáneos que forman parte de su círculo laboral y/o
social, así como a personajes nacionales y extranjeros acordes a presuntas
características.
Obvio
es que la revolucionaria obra de Cervantes tenía en la mira evidenciar, con las
puntualidades de la verdad y la conveniente locura de Don Quijote, que en la
perenne lucha contra la inequidad habida entre clases sociales, los libros de
caballerías eran una falacia prohijada para entretener al pueblo, por parte de
los poderosos, a fin de darles esperanza de justicia, libertad e igualdad de
oportunidades, las cuales supuestamente habría de allegarles un día con otro
algún valiente que, paradójicamente, para servicio de la nobleza tendría que
ser primero reconocido y armado caballero, lo cual, a la luz de la paradoja, es
definitivo que nunca ocurrirá en tanto no se rompa dicho esquema del poder.
Esto es, que locura con que dotó al Caballero
de la Triste Figura le permitió
consignar, sin que su libro fuese prohibido y sin ser reprimido por ello, la estructura,
nexos y dominio sobre el pueblo, poseídos por grupos de poder y gobernantes,
que desde luego jamás será vencida por ningún idealista Quijote cervantino.
Don Quijote surge del pensamiento vuelto
escritura plasmada en el papel. Dibujo
a lápiz con edición digital/Mych
No lo verás, Quijote, en toda
tu vida: parece sentenciarlo así el combativo autor,
al relatar que Don Quijote llegaba a su pueblo cuando escuchó que un muchacho
le decía a otro –no te canses, que no lo verás en toda tu vida–, y tomó esas
palabras como mal agüero, ya que en ese momento vio que venía huyendo una
liebre, perseguida por muchos galgos y cazadores, e interpretó todo eso como
señal de que él nunca alcanzaría sus propósitos, ya que además volvía vencido
por la estratagema urdida por la elite de su pueblo natal, con todas las
agravantes de premeditación, alevosía y ventaja, para que el bachiller Sansón
Carrasco, pertrechado como el “Caballero de la Blanca Luna”, lo retara a
contender y lo venciera, a fin de que, una vez vencido, conviniera en dejar las
armas y se retirara a su hogar, lo cual había logrado el bachiller luego de
fracasar en un primer intento en que resultó vencido por Don Quijote, al
enfrentarlo en un duelo bajo el nombre y disfraz de “Caballero de los Espejos”.
Crítica y autocrítica
Es
en la segunda parte de su obra que Cervantes expone su punto de vista acerca de
la escritura de libros, y especialmente del propio, cuando después de escuchar
lo que el bachiller Sansón Carrasco le comentaba sobre lo que de él se había
escrito, Don Quijote estuvo en desacuerdo con el autor de su historia. Esto es,
que Cervantes se criticó a sí mismo, por voz de Don Quijote, de la forma
siguiente:
–Con
todo –expresó Sansón Carrasco–, algunos que han leído la historia dicen que les
gustaría que el autor se hubiese olvidado de algunos de los infinitos palos
dados, en diferentes encuentros, al señor Don Quijote. –Ahí entra la verdad de
la historia–, acotó Sancho. –También pudiera callarlos por equidad–, replicó
Don Quijote–, pues las acciones que no mudan ni alteran la verdad de la
historia, no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del
protagonista. Seguro es que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio lo pinta, ni
tan prudente Ulises como le describe Homero.
Luego
de concluir Don Quijote que el susodicho autor no había sido un sabio sino
algún ignorante hablador, que a tientas y sin algún discurso se puso a escribir
la historia, saliese lo que saliere, Sansón Carrasco defendió al autor y la
historia, al afirmar que ésta era tan clara y verdadera que los niños la
hojeaban, los jóvenes la leían, los hombres la entendían y los viejos la
celebraban, agregando que era tan famosa y leída que todo género de gente la
conocía.
Las
alusiones que Cervantes hace de sí mismo culminaron cuando Don Quijote concluyó
su testamento con la súplica a sus albaceas de “que si la buena suerte les
trajere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí
con el título de ‘segunda parte de las hazañas de Don Quijote de la Mancha’, de
mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin
yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella
escribe; porque parto de esta vida con escrúpulo de haberle dado motivos para
escribirlos”. Arrepentimiento y disculpas del moribundo Don Quijote, por lo
dicho y hecho en tal historia, con que Cervantes descalificó lo revolucionario
de su obra, ante la amenaza del juicio y castigo que pudiese venirle desde los
altos tribunales humanos, que conocía, más que de los divinos, en que creía.
Corolario
Es
en el prólogo de la segunda parte que Cervantes responde a quien lo menospreció
por estar viejo y manco. –Como si de mí dependiera detener el tiempo, para que
no pasase por mí y sin considerar “que no se escribe con las canas sino con el
entendimiento, el cual suele mejorarse con los años”; o si mi manquedad hubiese
ocurrido en una taberna y no en la Guerra de Lepanto–, precisó el autor a su
crítico, al parecer sacerdote y cercano del Santo Oficio, quien igual dejó ver
incomodidad por una obra que calificó de ser, entre otras cosas, más satírica
que ejemplar.
Infortunadamente, tal criterio
trascendió, ya que Don Quijote sólo ha llegado a ser usado como satírico
símbolo de lucha contra el poder, cuya augurada derrota es vuelta realidad por
los poderosos, al siempre demostrar que todo propósito y actividad que afecten
sus ambiciones e intereses, nunca verán el triunfo.
Esto es, que Don Quijote tendría que
dejar de ser figura carnavalesca de festivales cervantinos, para convertirse en
ejemplo de lucha victoriosa por la igualdad, la libertad y justicia social, al
lado del pueblo y sin ataduras ni compromisos con grupos de poder.
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