Peripecias
del Año Viejo occidental
Eduardo
Garibay Mares
Lunes 1
de enero de 2017
“Ante la adversidad, actitud positiva”, induce la
reflexión en este 2016 que termina, al analizar en las Fábulas de Eglisisc el relato de las peripecias del personaje
llamado Año Viejo occidental, cuando en los días de diciembre se acrecentó la
tristeza del otrora denominado Año Nuevo, que en el primer instante del día 1
de enero se había visto engalanado con los lujosos ropajes de los buenos deseos
y las intenciones de mejorar, y adornado con luminosas guirnaldas de focos
multicolores y brillantes esferas, globos y serpentinas coloridas, en un
ambiente en que el disfrute de sabrosas comidas y estimulantes bebidas se
acompañaba de cánticos, música, risas y abrazos, al ser tradicionalmente
recibido su arribo por la gente que feliz esperaba que él les trajese, con su
llegada, cumplimiento de anhelos, realización de propósitos, y, sobre todo,
logro de ambiciones.
Anciano ya y vestido con hilachos de los buenos deseos
no logrados, e intenciones humanas de mejorar desvanecidas, Año Viejo no sólo
se sabía denostado por quienes no habían alcanzado sus anhelos y que tampoco
habían tenido fuerza de voluntad para culminar sus intentos, sino que se sentía
olvidado por los que sí habían visto cumplidos sus deseos y perseverado en sus
propósitos
–“¿Por qué eran así la vida y la humanidad?”– Cuestionó
Año Viejo al clamar al cielo una respuesta en alivio y solución de su tormento,
y al instante escuchó éste la voz de su madre, la infatigable viajera de
corazón de fuego, la cálida y vibrante Doña Tierra, que al rotar en la
translación de su recorrido orbital alrededor del sol, amorosa le dijo:
Don
Tiempo en su marcha al término y principio de año. DISEÑO GRÁFICO Y FOTO/Eduardo Garibay Mares |
–“Escúchame hijo mío, es mejor que aceptes lo
dispuesto por el Supremo Hacedor de todo cuanto existe, y por el que todos
tenemos una misión que cumplir, como es la mía de alojar a seres vivos humanos,
animales y vegetales, y como es la de tu padre el implacable señor Don Tiempo,
ocupado siempre en marcar fases del transcurso vital en los ámbitos galácticos,
tanto en el concierto cósmico del inconmensurable señor Don Universo, director
armónico del funcionamiento espacial, como en los dominios de la poderosa y
magnífica Doña Natura, incontrolable cuando se le contraría”–.
–“Tú eres nuestro hijo y tu nacimiento y tu final
tienen que ver con el periodo durante el cual recorro mi órbita alrededor del
sol, que es la medida de tu vida. Un ciclo anual conformado por las cuatro
estaciones que sobre casi toda mi corteza terrestre se manifiestan bien
definidas, como son: la juvenil y prolífica Doña Primavera, impetuosa
generadora de nueva vida naturalmente naciente; el maduro y vigoroso Don
Verano, propicio para preparar la producción y cosecha de frutos de la tierra,
cuando en lo que se piensa es en la abundancia; el maduro y pleno Don Otoño,
viable para preparar las últimas producciones y cosechas, y prevenir con
sensatez las inclemencias de la última estación, la del austero Don Invierno,
cuando la vitalidad se ve disminuida, anulada, como de forma parecida ahora te
ocurre” –.
–“Todos estamos sujetos por disposición suprema a
leyes de cambio y transformación material. Por eso nacer y morir, ser y
transformarse, comprenden el envejecer, que por la ley natural de la vida es
una etapa por todos experimentada, si es que no se extinguen antes, lo malo es
que las personas la hacen difícil para sí mismas y para todos los demás, pues
en ellas está siempre en vilo el equilibrio, porque en su evolución se
interpone lo negativo a lo positivo de sus actos, y al respecto has de saber
que a los seres humanos se debe que tu madrina sea la tradicional Doña Cultura,
siempre cambiante por sí misma y por influencias del exterior, compañera en el
camino en espiral del preciso y comprobado en la práctica Don Conocimiento, tu
padrino, pareja a la que dieron origen los humanos en su afán de sobrevivir y
ser dominantes sobre mi faz”–.
–“Así son las cosas y así es la humanidad que en tu
vejez te hace sentir tan desgraciado y menospreciado, porque para infortunio
nuestro, entre ella impera el predominio de los menos que al no valorar el
amor, la amistad, ni el respeto a los demás, incluidos sus progenitores y
descendientes, menos aún les importa dañarlo todo con tal de lograr su
beneficio personal”–.
–“Por si acaso pones en duda esto que te digo, nada
más fíjate cómo me maltratan y destruyen, cómo desperdician a tu padre Don
Tiempo, cómo explotan y alteran a Dona Natura, y cómo incluso con ello ponen en
peligro la armonía galáctica de Don Universo, y, lo que es peor, cómo
desobedecen los mandatos del Supremo Hacedor”–.
–“Cerciórate de lo que te digo y acepta con fortaleza
tu destino. Mira a tu alrededor, date cuenta y disfruta del lado bueno de las
experiencias vividas y de las que te quedan por vivir, por eso, sin fijarte en
el deterioro ambiental, observa desde el etéreo celeste la belleza de las
poblaciones citadinas y campiranas, ubicadas en parajes plenos de respectiva
hermosura y riquezas naturales: de día, esplendorosas bajo el sol, bañadas por
la lluvia, o cubiertas de nieve; de noche, teatralmente iluminadas en estos
días con luces artificiales multicolores, rivalizando con el brillo de la luna
y el fulgor de las estrellas ¡goza en tu final diciembre hasta el último
instante! ¡Comparte el regocijo de las personas en los preparativos y fiestas
de fin de año, en todos los lugares que en mí habitan! Esa es la respuesta y es
por ello que el alivio de tu tormento está, como en cada ser humano, dentro ti
mismo, donde a tu libre albedrío decidirás ser feliz con lo que tienes, porque
la solución llega al no ser necio en ambicionar el tenerlo todo, ya que eso
nunca ni tú ni nadie lo verán logrado”–.
– “Así lo haré” – Le contestó resuelto Año Viejo a su
madre Tierra, decidido a proseguir con actitud positiva el camino iniciado a
partir del festivo evento el 1 de enero, día en que vivió su efímera felicidad
en aquella conmemoración pletórica de buenaventura, por su advenimiento como
Año Nuevo: cuando recién nacido impulsó a las personas a abrazarse
fraternalmente y decirse unas a otras “¡Feliz y próspero Año Nuevo! ¡Que este
Año Nuevo te traiga dicha, amor, salud y dinero!”.
Tranquilo y reflexivo, Año Viejo occidental dedujo que
ser fugazmente feliz y saber sobrellevar el infortunio van de la mano, y que
del ánimo de cada quien depende la forma de enfrentar la existencia día a día,
hasta el fin, lo cual, asevera Eglisic en su fábula, contiene la moraleja igual
aplicable para todo Año Viejo, sea éste, por ejemplo, nativo de la cultura
china, donde su fin se estima a ocurrir de forma variable entre el 21 de enero
y el 21 de febrero, o bien surgido de la cultura purépecha michoacana, que
considera su final el 1 de febrero.
Fue entonces cuando lo certero de su deducción quedó
establecido para Año Viejo, ya que al acogerse a experiencias gratas y venirle
a la memoria la celebración motivo de su nacimiento, recordó que en un
indeterminado momento le intrigó ver en los ojos de algunas personas, el
trémulo brillo que manaba y que en su descenso sobre la piel les dejaba un
rastro húmedo: algo que desconocía al nacer y que por experiencia había
aprendido que eran lágrimas de nostalgia.
Lágrimas como las que descendían sobre sus arrugadas
mejillas, unas que él enjugaba con el dorso de su mano temblorosa y otras que
alcanzaban a caer sobre su deshilachada vestimenta, a la vez que un asomo de
felicidad le hacía esbozar una sonrisa…
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